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Jamás el peronismo provincial tuvo una derrota tan lapidaria en Santa Fe. El voto popular fue la calificación más patente de los cuatro años de gestión de Omar Perotti. El justicialismo ni siquiera llegó a presentar un candidato a intendente en Rosario (perdió a manos de Ciudad Futura en las primarias) y ahora, en las generales, apenas si puede festejar que retuvo algunos departamentos que estaban en riesgo, como Castellanos, Las Colonias o San Lorenzo, del inoxidable Armando Pipi Traferri.
Perotti quiso salvarse a sí mismo y a su reducido grupo yendo a la Cámara de Diputados. Perdió feo, por knock out, y arrastró a todo el peronismo atrás de él. Perotti sacó 481.016 votos. El candidato del peronismo para el gobierno provincial, Marcelo Lewandowski, sacó 540.997.
Lewandowski dio la cara y fue digno; fue ninguneado durante toda la campaña. Hasta gráficamente la propuesta y las consignas eran diferentes para el gobernador y para el candidato a sucederlo. Finalmente, el propio Perotti pagó el desprecio.
Perotti nunca se acercó a satisfacer la consigna por la que llegó al poder: “Ahora la paz y el orden”. Todo lo contrario: los desvaríos en la política de seguridad van desde la narcocriminalidad a la situación carcelaria. Rosario es hoy una región mucho más violenta que cuando la recibió.
Como letanía, se repetían las consignas del boleto educativo y la billetera Santa Fe. En el mejor de los casos, un alivio monetario que empalidece con los retrasos en el pago a los empleados públicos o con el manejo férreo de la caja. No hubo mejora en el poder adquisitivo de los salarios públicos –administración, policía, docentes y salud– en cuatro años de gobierno peronista.
Su ministro de Economía, el fiscalista Walter Agosto, tenía un vigilante en cada ministerio para contar los pesos de a uno. El resultado fue una gestión lenta, a veces farragosa, frenada por internismos y por la presencia de varios cuadros de dudosa capacidad en lugares decisivos.
Pasado el tiempo, no queda claro qué era lo que quería hacer, para qué quiso tanto el poder de la provincia. Rompió rápidamente con el gobierno y el peronismo nacional, dejándolo en falsa escuadra primero con Vicentín y después con sucesivos incumplimientos demagógicos con las restricciones de la pandemia. La frutilla del postre fueron esas declaraciones en favor de Javier Milei de cara a un balotage contra Patricia Bullrich.
La derrota y la crisis interna del partido, en 2021, tampoco le hizo cambiar su modo de gestionar el poder, cerrado al mango en un cenáculo de dirigentes lejanos hasta generacionalmente de la realidad. El cierre de listas, hace pocos meses, todo manoseado hasta último momento, reveló el daño que le hizo al propio partido. Perotti fue un desagradecido del apoyo que recibió directamente de CFK; lo mismo sucedió con el resto de las líneas internas del partido.
No salió Perotti a dar la cara. Apenas si hizo declaraciones a través de Aire de Santa Fe, tirándole el fardo a la Nación. «Los números siempre podrán analizarse y no hay que quitarle mérito a nadie, porque seguramente interpretaron el momento muy duro de la situación económica nacional, de la situación de inseguridad y la falta de entendimiento nacional de la realidad santafesina que ojalá se revierta».
Ahora, tras su paso, ni siquiera queda una figura que sobresalga como para poder encarar la reconstrucción de una fuerza que está en la lona.