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Baja tolerancia a las frustraciones y poco control de sus emociones son solo algunas de las consecuencias de la falta de límites en los niños.
La lucha de poder en la crianza de los hijos suele ser fuente inagotable de conflictos. El niño quiere algo y peleará a capa y espada por ello, y sus padres intentarán hacerlo entrar en razón cuando ello que quiere no sea posible. Y si el límite no es claro, esta escena puede repetirse una y otra vez.
Los padres escuchamos a menudo a expertos, maestros, especialistas en comportamiento infantil y hasta leemos informes, investigaciones, y en todos lados se nos dice que la falta de límites en un niño puede acarrear severas consecuencias.
Pero claro, la crianza de un hijo no es matemáticas, y muchas veces nos encontramos con que no estamos seguros si ese límite que estamos poniendo es suficiente y, en el peor de los casos, muchos de nosotros ni siquiera sabemos cómo aplicarlos.
La tiranía de los “sin límites”
“Cría cuervos y te sacarán los ojos”, dice el dicho popular. En nuestra sociedad, muchas veces parecería que ello es justamente lo que estamos haciendo con nuestros niños. A muchos de nuestros abuelos les asombra ver cómo los niños de hoy son contestadores, desafiantes, y siempre tienen una objeción a lo que dicen los adultos.
Estamos criando hijos sin límites, o con límites poco claros, si no quieres que seamos tan drásticos. Pero no podemos negar que la generación infantil actual está marcada por ese desdibujamiento de la frontera entre la permisividad y la libertad, entre el mundo de lo que está bien y lo que está mal.
No pretendo hacer un análisis sociológico del comportamiento infantil, pero como madre me urge la necesidad de introspección y autocrítica, pues mis hijos forman parte de esta sociedad de lo inmediato, de padres ausentes e hiperocupados. Por ello, mientras más reflexionemos acerca de la necesidad de límites sanos para nuestros hijos, mayor será el beneficio para ellos a futuro.
Los límites en lo cotidiano
La escena es casi diaria. Mis hijos desparraman sus juguetes por toda la casa. Arman casas, mercados, aulas de clases, veterinarias y más. La casa queda hecha un caos y cuando se cansan, simplemente pretenden dejar todo allí porque “mañana seguirán jugando”.
Pero no podemos ni caminar. Y hasta les he roto uno de sus juguetes cuando lo pisé sin querer. Imposible verlo en la maraña de cosas en el piso. Ah, pero los pequeños quieren jugar con la tablet y pretenden dejar el tendal de juguetes. Aunque lloren o pataleen, deben juntar si quieren usar los videojuegos.
¿Qué pasa si les digo que sí a su pedido? Cada día sería lo mismo. Ellos jugarían, dejarían tiradas sus cosas y se sentarían a jugar videos, y mamá y papá recogerían todo. ¿Y qué les estamos enseñando? Nada positivo por cierto, porque la vida (salvo que seas de la Realeza) aunque es mucho más que juntar juguetes, por algo se empieza.
¿Qué es un límite, verdaderamente?
Cuando los adultos cedemos a los caprichos de los hijos, estamos reforzando una conducta negativa. Por ejemplo, un niño que llora y patalea en medio del mercado porque quiere que su madre le compre una caja de chocolates, buscará la forma que el adulto haga caso de ello. Si sus progenitores ceden, el niño ha ganado la pelea y por seguro esa conducta negativa será repetida en el futuro.
Cuando no se puede, no se puede. Y esto los niños deben entenderlo. Conozco muchos padres que se endeudan hasta lo impensado por comprarle el capricho a su nene, y como no saben decirle que no, o no quiere que “se frustre” prefieren romperse la vida trabajando de más para comprar eso que la sociedad nos empuja a tener.
Si acostumbramos a ceder en cada rabieta de nuestros hijos estaremos fortaleciendo cada vez más esa conducta negativa, y así esto podría convertirse en algo habitual para obtener lo que desea.
La dificultad la tenemos los adultos
Claudio Gustavo Rojas, Psicólogo social, explica que “Lo que está pasando es que se rompió la comunicación cotidiana en la familia, los problemas son resueltos de manera primitiva y las responsabilidades hacia los hijos no son compartidas. Por otro lado, saber poner límites nos permite crear y fortalecer sentimientos de autonomía, valor personal, sociabilidad, creatividad y bienestar personal. Además, poner límites también es un acto de amor hacia los hijos e hijas”.
Entender los límites como “acto de amor” nos sitúa en una perspectiva un tanto distinta respecto de lo que comúnmente asociamos con la palabra límite. No vamos a negar que poner límites es difícil. ¿Cuántas veces cedemos ante las rabietas y caprichos solo porque no queremos escucharlos llorar más?
Y entonces, no solo estaremos reforzando esa conducta negativa que decíamos anteriormente, sino que le estaremos quitando la posibilidad al niño de educarlo en las emociones, en enseñarles acerca de la paciencia, el respeto por el otro, el esfuerzo de lo cotidiano.
Los niños son el presente
Se dice mucho por ahí que los niños son el futuro. Sin embargo, nos estamos olvidando que en verdad, ellos son el presente. Con más razón aún convergen aquí toda clase de sustentos psicológicos y sociológicos que nos invitan a poner un freno a las conductas narcisistas de nuestros hijos.
Los límites son amor, son dedicación y paciencia. Los límites son fuente inagotable de enseñanza. Y aunque se nos haga difícil, y entremos en una lucha de poderes, cuando tienes la oportunidad de conversar con tu hijo y explicarle el motivo de ese límite, tu hijo puede comprenderlo. Solo haz la prueba.
No temas a aplicar los límites necesarios en tus hijos, o puedes arrepentirte toda tu vida. Amarlos también implica saber hacer esto, con todo tu corazón. Y tú ¿cómo aplicas los límites a tus hijos?
Por Fernanda Gonzalez Casafús : Es Licenciada en Periodismo, especialista en Redacción Digital y Community Managment. Editora de contenidos y redactora en Familias.com.